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El último pensamiento de Margaret Moth

El último pensamiento de Margaret Moth

Si lo piensas no está mal pero que nada mal. Creo que en realidad desde el primer día que pise el campo de batalla ya le perdí el miedo a morir o incluso quizá nunca lo tuve. Fue determinante o así lo veo ahora tumbada en una cama de Rochester, Minnesota, la cámara que me regalaron a los 8 años y que ya nunca baje de mi hombro.

En realidad, nunca quise ser reportera de conflictos tan solo quería vivir la historia del mundo y los hitos más importantes, estar allí. Esa fue mi premisa para no bajar el objetivo cuando la cosa se ponía seria o que no me temblara el pulso mientras grababa a ese soldado disparándome directamente a mí. La verdad que gracias a mi trabajo he podido conocer las dos caras del ser humano y sus dos extremos pero me quedo con el radicalismo de la solidaridad y la bondad aunque la vida dependa de ello. No se me olvida la imagen de ese manifestante en Georgia ayudando a levantar a una mujer que estaba en el suelo mientras los milicianos abrían fuego tan solo a dos pasos de donde estaban ellos.

¿Y qué puedo decir de mis compañeros de la CNN? Fueron los primeros que apostaron por una mujer y su cámara recorriendo el mundo. Nunca olvidaré lo que Christiane Amanpour hizo por mí; se quedó al lado de la cama del hospital hasta que le devolví de una patada en el culo al territorio en conflicto de Sarajevo. Siempre lo pensaré: me arriesgué y me llevé un tiro en la cara por meterme de lleno en la “calle de los francotiradores”. Entramos en su guerra. Lo justo es justo. Por eso mismo, morir a los 59 años de un cáncer de colon no está tan mal teniendo en cuenta todo lo que he podido vivir aunque sí jode que no sea un puto número redondo. Queda más bonito, más heroico y más rotundo como si se cerrará un círculo, el círculo de mi vida.

Es mucho saber que no te arrepientes de nada. Me he bañado en el río en Austin, Texas, las excursiones a Cape Cod y las Montañas Rocosas canadienses y no estuvo nada mal pilotar una casa flotante por el río Mississippi repleta de cerveza y puros cubanos. No conozco a nadie que haya disfrutado más de la vida.

Eso sí, puedo quedarme tranquila de que Joe Duran se trasladará a mi casa de Turquía para cuidar a mis 25 gatos porque a ellos si que les hago una putada muriéndome ahora. Ahora que lo pienso: al final nunca me contesto la nota que le pasé después de la cirugía de la cara por el disparo del francotirador preguntándole si parecía un monstruo… Seguramente sería que sí y por eso nunca quiso decírmelo.

Por otro lado, a parte de los gatos, también creo que dejo todo más o menos atado. También tengo dicho que lleven mis cenizas a mi jardín en Estambul con una foto mía para por lo menos hacer acto de presencia aunque ya no esté. Qué pena que finalmente no pueda visitar el Krak des Chevaliers, una fortaleza medieval en Siria ni los tambores de Burundi. Pero si hago balance de todo me siento una privilegiada de haber filmado momentos históricos como el asesinato a Gandhi o la Guerra del Golfo.

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Creo que ya es hora de descansar, de dejarme ir y no volver a sentir más en mi cuerpo. Está todo hecho, disfrutado y vivido y me puedo ir en paz.

Margaret Wilson de Nueva Zelanda, más conocida por Margaret Moth, murió la madrugada del domingo del 21 de marzo de 2010, justo al inicio de la primavera. Moth fue reconocida por su profesionalidad, valentía y personalidad en el mundo de los corresponsales de guerra, siendo la primera mujer en llevar una cámara al hombro en zona de conflicto, y especialmente por sus compañeros de la CNN. Ella siempre se caracterizo por su melena negra, sus ojos pintados de negro y su ropa oscura combinada con unas botas de combate, las cuales no se quitaba ni para dormir.

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