“El Park Güell nació en 1900 de un sueño compartido entre el empresario Eusbi Güell y Antonio Gaudí”, un sueño frustrado que salió mal. La idea era construir un barrio residencial para personas económicamente solventes al estilo británico, es decir, el modelo de ciudad jardín”.
La pesadilla llegó en 1914, cuando se abandonaron las obras por el poco éxito que tuvo el proyecto. Tras la muerte de Güell, sus hijos heredaron el emblemático parque y la zona residencial y decidieron abrirlo para todos los barceloneses para que disfrutaran del espacio, un parque libre y gratuito. Más tarde, el Ayuntamiento de Barcelona lo adquirió en 1922 en una operación que fue bastante polémica. Como lo sigue siendo a día de hoy. Asociaciones Vecinales se quejan de cómo ha ido cambiando el acceso al parque: “Actualmente tienes que tener una tarjeta para poder hacer uso del parque, no de la zona monumental, si no del parque como un espacio público para los barceloneses”, argumenta Cesca que lleva en la lucha vecinal veintiocho años.
La batalla política de qué hacer con el Park Güell tiene una historia y un recorrido de 31 años. Los actores de “esta novela” son los distintos partidos políticos que han estado en el consistorio de Barcelona, los grupos vecinales, los barceloneses y como no podía ser de otro modo, los turistas. Pero hay que entender que todo gira sobre una premisa que han marcado las futuras discusiones sobre la regulación del acceso al parque por parte del Consistorio: “las 14.400 visitas diarias que recibía el Park Güell, 4 millones de visitantes anuales de los cuales solo medio millón eran residentes de Barcelona y el resto, el 85% eran turistas”, según recoge el estudio “La regulación del acceso al Park Güell” del académico Albert Arias. El favoritismo político por los turistas ha confrontado directamente con los vecinos y comerciantes del barrio. “No solo por no poder acceder al parque libremente cuando queramos, si no porque todo el turismo ha traído al barrio mafias que explotan al turista y nuevos comercios que blanquean dinero al estar siempre abiertos y nunca vender nada, sin contar con la subida de precios en bares y restaurantes al igual que los alquileres turísticos”, apuntan los vecinos.
El qué hacemos con el parque por parte de los políticos ha sido un “batiburrillo de declaraciones que se contradecían en pocos meses”, recoge Arias. “Si el plan preliminar en junio de 2009 era la venta de entradas en máquinas expendedoras, en la de octubre del mismo año, era un sistema de reservas gestionado por los vecinos y colectivos de la comunidad educativa y socios de los clubes deportivos… con acceso libre y sin esperas”. ¿El resultado final? Una entrada obligatoria para toda persona que quiera acceder al parque, no solo a la zona monumental, si no al parque en sí. “Con unos precios que han ido al alza, de 8 a 10 euros que cuesta la entrada actualmente”, confirman desde la Asociación Vecinal. Los mismos vecinos que ese mismo año reunieron 20.000 firmas para un “parque libre, seguro y gratuito” y que fue rechazado en dos plenarios.
En 2011, con el cambio de poder, se instaura el actual sistema de acceso al Park Güell. Se fijaba un precio de entrada y un número máximo de visitantes (ambas se han ido incrementando sin conocer el tope que existe actualmente) y se brindaba una tarjeta personal de acceso ilimitado a los barrios próximos y colegios de la zona. “Una tarjeta muy difícil de conseguir, sobre todo para las personas mayores, y que te restringe por horas el acceso al parque”, corrigen los vecinos.
Los estudios realizados entre 2007 y 2012 dieron la cifra de 9 millones de visitantes al año, lo que suponía unas 25.000 personas diarias (unos documentos que no son públicos y que tan poco son facilitados cuando se han solicitado al Ayuntamiento de Barcelona). Según los vecinos, “estas cifras son mucho más altas y por eso no se hacen públicas”. “Hay que tener en cuenta que cada dos minutos aterriza gente en el aeropuerto del Prat, con aviones que llegan hasta las 22:30h; en el parque entran 1.500 personas a la hora; las escaleras del dragón son una constante de personas que parecen hormigas; las escaleras de la bajada de la Gloria siempre están rotas porque hay mucha gente usándolas; los autobuses “de barri”, como el 125, no podemos usarlos los vecinos porque las pocas plazas que ofertan, 12 por transporte, están ocupadas por turistas…”
Ante el enfado de los vecinos y con el objetivo de mejorar la relación vecinal con el Consistorio, se acordó un compromiso de que el 2% de los beneficios del parque estarían destinados a arreglar los barrios limítrofes. Para algunos vecinos ha sido una bocanada de aire fresco, mientras que para otros es una medida insuficiente a la que no ven resultado en su día a día. “Finalmente se lucran los políticos y las empresas privadas, o subcontratadas a concurso público, que les da igual el barrio y las personas que vivimos aquí”, concluye Cesca.
Como detalla Arias en su estudio, finalmente se ha llegado a una batalla entre los vecinos y los turistas convirtiendo a esta última figura en el enemigo de la novela. En 2012 hubo otro intento social, a través de la Plataforma Defensem el Park Güell, por un parque “libre y gratuito para todo el mundo”, pero a pesar de las 70.000 firmas, también se quedó en nada.
¿Qué pasará finalmente con el Park Güell? Ni Güell ni Gaudí lo sabían y parece ser que el Ayuntamiento de Barcelona tampoco, ni mucho menos los vecinos. Parece ser que al sueño convertido en pesadilla le han echado un “mal de ojo” que lo transforma en una obra inacabada sin objetivo claro más allá del enriquecimiento de los mismos actores, que van cambiando de papel según el año electoral, a costa de los turistas y su dinero mientras que los vecinos ven como los barrios de antaño van desapareciendo poco a poco.
Para El Salto