El 30 de agosto de 2003 parecía que los países en vías de desarrollo junto a la Organización Mundial del Comercio (OMC) ganaban el combate: ya podían desarrollar medicamentos genéricos y no tener que esperar veinte años a que se cumpliese el periodo de patente. Ya digo, parecía, porque en realidad la firma del acuerdo, que aunque incluía poder crear medicamentos genéricos para todas las enfermedades y no solo el sida, la tuberculosis y el paludismo, era tan complejo que a niveles prácticos no tenía grandes resultados. Así ONGs como Médicos Sin Fronteras o Intermon Oxfan reivindicaron que este acuerdo era insuficiente y se necesitaban más medidas para que los derechos humanos sobre la salud prevalecieran sobre los intereses económicos de las grandes cadenas farmacéuticas, sobretodo estadounidenses.
«El acuerdo está diseñado para ofrecer confort a la industria farmacéutica de EEUU y de Occidente», dice Jordi Passola, de Médicos Sin Frontreras. «No así para los pacientes. Las reglas mundiales de patentes seguirán encareciendo los fármacos”.
Las organizaciones no gubernamentales aparecen en el terreno internacional demandando un papel que años anteriores era más limitado o que no se tenía tan en cuenta por los paradigmas teóricos realistas, pero que sí se visualizan con el paradigma transnacionalista y sobretodo estructuralista. En este último, el foco está en los países considerados “subdesarrollados” después de la post-colonización que llevo a una dependencia, generalmente económica, de estas zonas hacia las consideradas “potencias” y por tanto, esa dependencia desencadenó un paradigma que reivindica el papel de los países en vías de desarrollo dentro del ámbito internacional y su camino para conseguir ser autónomos e independientes. Por otro lado, la presión que ejercen estos actores, las ONGs, equilibra la balanza de poder y limita el abuso de los países con más hard power, o en el caso de los patentes, soft power, para crear una linea intermedia entre esos intereses y el derecho a la vida de países como Brasil, China, zonas de África y Oriente Próximo.
Según datos de la OMC: “Si bien muchos de los antirretrovíricos más antiguos pueden conseguirse en su versión genérica, los más recientes aún están protegidos por patentes en muchos países”. Además de que “en general, los productos genéricos son más baratos que los originarios, pero incluso los medicamentos genéricos de bajo precio suelen ser inasequibles para grandes sectores de la población en muchos países de bajos ingresos (PBI) y de ingresos medianos (PIM)”. Por tanto, aún queda mucho por hacer para que el objetivo de limitar las muertes por enfermedades que ya tienen cura y tratamiento médico quede en cero. De todos modos, si nos fijamos en los gráficos que ofrece la OMC vemos una ampliación de la venta de genéricos respecto a la venta de medicamentos originarios:
Uno de los nombres más conocidos, dentro y fuera de la Organización Mundial de la Salud (OMS), es el del doctor Velásquez que desde 1948 ha promovido varias reuniones con farmacéuticas y además se ha desplazado a varias regiones con dificultades en paliar las enfermedades de sus ciudadanos para ayudar a Gobiernos a tener una vía de escape, declarando “estado de emergencia en salud” y así, no tener que respetar los veinte años que impiden fabricar medicamentos genéricos por la patente que corresponde a la creación del fármaco. Dos de sus trabajos más concienzudos han sido ayudando a Brasil y a China; con lo que suponía que este último país apoyara la iniciativa del libro rojo, donde se dan soluciones para combatir a las patentes por un cauce legal y pone de relieve fallos sobre los acuerdos de patentes de 1995, ya que el país asiático tiene un gran desarrollo económico que permite tener la tecnología necesaria para la fabricación de genéricos pero aún así mantiene dificultades en asuntos de salud.
En esta lucha entre patentes contra medicamentos genéricos, en 2013, entró un nuevo actor de gran envergadura: la Unión Europea, que intentó presionar a India para frenar la producción de genéricos necesarios en países pobres y, según un informe de Intermon Oxfam y Health Action International (HAI), la política comercial generó que los medicamentos fueran más caros en los países con problemas en adquirir medicamentos, con el añadido de las trabas comunitarias para la exportación de fármacos genéricos. Todo esto causó una oleada de manifestaciones y protestas a las puertas de la UE encarnadas por ONGs que denunciaban estas medidas, argumentando que perjudicaban gravemente a los países en vías de desarrollo. La más sonada y que tuvo más repercusión fue el baile “Thriller” de Michael Jackson, promovida por Médicos Sin Fronteras, que buscaba denunciar: «Europa ataca los medicamentos baratos”. Y es que la imposición de normativas de derecho intelectual en este ámbito dificulta enormemente que los países más desfavorecidos puedan crear fármacos más baratos, hablamos de que entre el 20% y el 80% del presupuesto de los Gobiernos de estas regiones destinan sus recursos económicos para generar medicamentos más baratos.
Ya no solo se da el problema de no poder fabricar esos fármacos por problemas con las patentes, sino que en muchos casos tampoco existe la tecnología ni los recursos suficientes para que los países en vías de desarrollo puedan generarlos. Así, estos países se han visto limitados y sin soluciones aparentes porque no ha sido hasta el 2017, que por fin la OMC aprobó de manera permanente que se pudieran importar medicamentos genéricos. Esto supone que hasta ese año, la realidad de estos países ha sido que, a pesar de una limitada mejora, también se han visto entorpecidos por los organismos internacionales, que han dificultado el acceso a esos medicamentos a un precio más razonable. Según la OMC, “el acceso a los medicamentos y otras tecnologías médicas es parte del problema más amplio de lograr el acceso a la atención sanitaria, que exige un sistema nacional de atención sanitaria operativo”.
Además, en estos países no se toman medidas preventivas por vacunación porque tienen que estar en riesgo de epidemia para poder tener acceso a medicamentos más baratos y aún así, en algunos casos, tampoco es posible debido a que los fármacos los tienen que pagar los ciudadanos de su bolsillo, sin que el Gobierno pueda hacerse cargo de esos gastos, con la paradoja de que existen países en los que la población sobrevive con un euro al día, lo que hace evidente la imposibilidad de pagar medicamentos para las personas enfermas.
Otra vez se repite el mismo círculo histórico de la lucha de gigantes entre los países del norte y los del sur. Una batalla que ha durado muchos años y que ha costado mucho tiempo hacer ver que es más importante el derecho a la vida que el dinero. Aunque es verdad que en la batalla de los medicamentos genéricos se han dado grandes pasos para que la balanza de la victoria esté más cerca de los países en vías de desarrollo, no es suficiente si a niveles prácticos lo que se pierde por el camino son vidas, teniendo en cuenta que existe la tecnología y los recursos económicos necesarios para impedirlo.
Los organismos supranacionales como la Unión Europea, defensores de valores como la libertad, la paz y la democracia, quedan al descubierto cuando promueven los intereses económicos de los países con las mayores industrias farmacéuticas por encima del desarrollo de países con mayores dificultades para llegar a unos niveles de bienestar óptimo. Parece exagerado pensar que en las sociedades ricas los medicamentos se tiran a la basura porque han caducado, mientras que en países en vías de desarrollo no llega ni una aspirina. La exageración no está en pensar que pueda parecer exagerada esta afirmación, sino en saber que esto sucede realmente a diario en muchos rincones del mundo. Es innegable pensar que en este asunto no todo está perdido y que los avances que se han ido dando a lo largo de los años, para poder producir esos medicamentos genéricos, hacen que la función de la OMC, la OMS y por supuesto, de las numerosas ONGs que no se han conformado con una pequeña batalla ganada y han seguido exigiendo mejoras, han hecho que los gráficos muestren un ascenso en vidas salvadas y no en víctimas por falta de medicamentos.
Podemos sacar dos ideas claves de todo esto: la primera, el cambio de mentalidad para dejar de pensar que los países ricos y desarrollados están por encima de los demás y que la vida de un ciudadano que viva en esas zonas vale más que otras vidas, es muy lento y mientras tanto, los países pobres y en vías de desarrollo no solo pierden un tiempo precioso, sino la vida de sus habitantes. Y la segunda, no podemos conformarnos con medidas paliativas, se debe ayudar a estos países que lo necesitan a obtener una estructura sanitaria que no se dedique tan solo a erradicar epidemias, sino que las personas puedan vivir sin tener que llegar a esos extremos de enfermedades terminales gracias a vacunas y medidas preventivas que permitan que no llegue a desencadenarse la enfermedad.